Estuve en Auschwitz casi 80 años después de que la Alemania Nazi decidiera invadir Polonia y hacer ahí el mismísimo infierno de la Segunda Guerra Mundial. El 27 de enero se cumplieron 76 años de la liberación del campo en 1945.
No hay mucho para agregar a lo que ya vimos decenas de veces en documentales, películas, series y diarios.
Hoy en ese pedazo de tierra polaca no hay soldados que te maltraten, ni niños desnutridos, ni se hacen frazadas con el pelo de las mujeres judías. Ni te obligan a limpiar la mierda.
El recorrido por el campo de concentración por Auschwitz-Bikernau es frío y es serio. En las más de 4 horas que duró mi visita no vi ni una sola sonrisa entre los visitantes, como si estuviera prohibido.
Como si todo lo que ves que fue capaz de hacer el ser humano hace apenas 80 años no te dejara sonreír por un segundo.
Arbeit macht frei. El trabajo libera, decía el ingreso en el primer sector del conjunto de campos en el que exterminaron a 1.100.000 personas, el 90 % judías.
Cuando se creó en 1940 se usaron edificios de ladrillos abandonados del Ejército polaco. Y no estaba pensado para matar judíos sino para aniquilar a opositores y prisioneros de guerra.
En este lugar hay varios espacios que se conservan como cuando fueron liberados: las camas, las paredes y hasta la mugre en los baños.
Un año más tarde se gestó la máquina de exterminio Auschwitz-Birkenau, que está a un kilómetro y tiene un territorio mucho más extenso.
Llegaban de a miles en trenes. La mayoría con algo de esperanza, pese a que ni bien pisaban el suelo literalmente los saqueaban y les daban un uniforme. Eso último a los que no morían pocos minutos o horas después de arribar.
Les decían que debían darse una ducha para desinfectarse.
Los hacían anotar sus nombres a las valijas.
Dejar sus zapatos juntos, atados por los cordones para que cuando salieran encontraran todo con facilidad.
Pero no iban a salir. Era una cámara de gas y lo único que iba a salir de ahí eran cuerpos.
Muchos vivieron varias semanas ahí. En los barracones de madera de Birkenau dormían hasta 6 personas en cada cama. Todos sin ventilación en verano y expuestos a un frío extremo en invierno.
No tenían baño. Debían utilizar las letrinas en otros barracones. Podían usarlas solo 2 veces al día y por pocos segundos. Los oficiales de las SS no entraban a ese lugar, por lo que uno de los trabajos que más querían algunos presos era el de controlarlo y limpiarlo.
Lo más “duro” de todo el recorrido no se puede mostrar. No dejan sacar fotos: en una sala casi sin luz y detrás de un vidrio está el pelo de miles de mujeres. Y alrededor de la sala decenas de historias: que hacían frazadas para prisioneros, que hacían almohadas y que tenían rastros de Zyclon B, por lo que se los arrancaban luego de matarlas.
El Zyclon B. Es un pesticida a base de cianuro que se transformó en uno de los principales ingredientes de la “solución final” de Adolf Hitler.
Hoy Auschwitz-Birkenau es un recuerdo vivo de la muerte, de la historia de la humanidad. Vale la pena recorrerlo aunque te mueva el cuerpo y te quite la posibilidad de sonreír por un tiempo.
Esta nota la publiqué en lanueva.com